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Colectividades, lluvia y la “maldición gitana”: mito, historia y una oportunidad de revancha
Cada año, más de 40 stands de colectividades se despliegan a lo largo del parque, con propuestas gastronómicas, culturales y artísticas que representan a decenas de países y comunidades, desde Eu...
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Cada año, más de 40 stands de colectividades se despliegan a lo largo del parque, con propuestas gastronómicas, culturales y artísticas que representan a decenas de países y comunidades, desde Europa y América hasta Asia y África. La fiesta se realiza ininterrumpidamente desde 1985 y se consolidó como el evento masivo más importante de la ciudad.
Pero junto con la tradición multicultural creció otra tradición mucho más caprichosa: la del mal tiempo en la inauguración. En Rosario ya se volvió costumbre que, al mismo tiempo que se prenden las luces de los stands, se nublen los cielos y las apps del clima empiecen a sumar rayitos de tormenta. No es nuevo: crónicas de años anteriores recuerdan inauguraciones pasadas para el día siguiente por culpa de la lluvia, como ocurrió en la 28ª edición, cuando el acto de apertura tuvo que correrse por un temporal. l
CÓMO NACIÓ EL MITO
En ese contexto apareció una explicación tan rosarina como fantástica: la llamada “maldición gitana”. Según reconstruyen notas periodísticas y versiones que circulan hace años, a mediados de los 2000 la comunidad gitana –parte del pueblo romaní– quiso participar de Colectividades y no fue incorporada al evento. A partir de ahí, el mito cuenta que se lanzó un conjuro para que la fiesta se arruinara con lluvia. Por su parte, la comunidad gitana rechazó que tal “maldición” exista.
No obstante, distintos miembros de esta comunidad en Rosario han desmentido en reiteradas oportunidades esa leyenda de la supuesta maldición.
Más allá del componente legendario, hay un dato duro que alimentó la historia: desde 2011 se registró, al menos una vez por edición, algún tipo de suspensión de jornadas, ya sea por tormentas o por motivos ajenos al clima, como medidas de fuerza municipales. Recién el año pasado se rompió esa racha: la organización destacó que hubo once noches consecutivas sin lluvia y récord de asistencia, algo que muchos leyeron como “el fin de la maldición”.
Este año, en cambio, la suspensión de la noche inaugural vuelve a encender la pregunta: ¿regresó el hechizo o es simplemente el viejo combo rosarino de primavera y río Paraná?
¿DE DÓNDE VIENE LA COMUNIDAD GITANA Y QUÉ PAÍS PODRÍA REPRESENTARLA?
La llamada “colectividad gitana” en realidad forma parte del pueblo gitano o romaní, un grupo étnico originario del subcontinente indio, cuya migración hacia Europa comenzó entre los siglos IX y XI. Con el tiempo se dispersaron por buena parte del continente y hoy tienen presencia fuerte en países como Rumania, Hungría, España, Francia, Grecia o Serbia, entre muchos otros.
En Argentina se calcula que viven alrededor de 300.000 personas gitanas, lo que convierte al país en uno de los que concentra más población romaní en América Latina. La mayoría de las familias llegó entre fines del siglo XIX y principios del XX desde distintos puntos de Europa: Hungría, Alemania, Rusia, Serbia, Rumania, España, Portugal y Grecia, entre otros orígenes.
Eso plantea un dato interesante para Colectividades: el pueblo gitano es una comunidad sin Estado propio, pero con presencia transnacional. En un esquema de fiesta que ya incluye stands de países y también de pueblos o regiones (como colectividades africanas o palestinas), no sería extraño imaginar un espacio específico identificado como “Pueblo Gitano / Romaní”, con su gastronomía, su música y su cultura, más allá de una bandera nacional concreta.
CÓMO “ROMPER” LA MALDICIÓN
Si se toma el mito al pie de la letra, la “maldición gitana” habría nacido de un gesto de exclusión. Y, como en cualquier cuento popular, la forma de desarmar el hechizo no pasa tanto por mirar el cielo, sino por revisar qué tan inclusiva es la fiesta puertas adentro.
Una posible “contra‑maldición” sería, justamente, abrir el juego: generar un espacio real de participación para la comunidad gitana/romaní en Rosario, con un stand cultural propio, presencia en el escenario central y lugar en la narrativa oficial del evento. Un gesto público de reconocimiento y reparación simbólica por aquella negativa del pasado sería mucho más potente que cualquier paraguas.
En clave de folclore urbano, también podrían sumarse rituales festivos y no discriminatorios: una inauguración con danzas romaníes, talleres abiertos para derribar prejuicios, o incluso una acción conjunta entre la organización, la comunidad gitana y el público, para “levantar la maldición” con humor y respeto. Porque si algo mostró la experiencia del año pasado –once noches seguidas sin una gota de lluvia– es que ninguna maldición es eterna.
Mientras tanto, Rosario vuelve a mirar el pronóstico y a ajustar la agenda: la apertura se corre 24 horas, para este sábado 7 de noviembre, los stands esperan, las ollas están listas y el mito suma un capítulo más. Tal vez, entre un plato típico y un chaparrón, sea un buen momento para preguntarse qué tipo de fiesta de las colectividades quiere la ciudad: una que se defienda de los hechizos, o una que los desarme con inclusión y diversidad reales.
Pero junto con la tradición multicultural creció otra tradición mucho más caprichosa: la del mal tiempo en la inauguración. En Rosario ya se volvió costumbre que, al mismo tiempo que se prenden las luces de los stands, se nublen los cielos y las apps del clima empiecen a sumar rayitos de tormenta. No es nuevo: crónicas de años anteriores recuerdan inauguraciones pasadas para el día siguiente por culpa de la lluvia, como ocurrió en la 28ª edición, cuando el acto de apertura tuvo que correrse por un temporal. l
CÓMO NACIÓ EL MITO
En ese contexto apareció una explicación tan rosarina como fantástica: la llamada “maldición gitana”. Según reconstruyen notas periodísticas y versiones que circulan hace años, a mediados de los 2000 la comunidad gitana –parte del pueblo romaní– quiso participar de Colectividades y no fue incorporada al evento. A partir de ahí, el mito cuenta que se lanzó un conjuro para que la fiesta se arruinara con lluvia. Por su parte, la comunidad gitana rechazó que tal “maldición” exista.
No obstante, distintos miembros de esta comunidad en Rosario han desmentido en reiteradas oportunidades esa leyenda de la supuesta maldición.
Más allá del componente legendario, hay un dato duro que alimentó la historia: desde 2011 se registró, al menos una vez por edición, algún tipo de suspensión de jornadas, ya sea por tormentas o por motivos ajenos al clima, como medidas de fuerza municipales. Recién el año pasado se rompió esa racha: la organización destacó que hubo once noches consecutivas sin lluvia y récord de asistencia, algo que muchos leyeron como “el fin de la maldición”.
Este año, en cambio, la suspensión de la noche inaugural vuelve a encender la pregunta: ¿regresó el hechizo o es simplemente el viejo combo rosarino de primavera y río Paraná?
¿DE DÓNDE VIENE LA COMUNIDAD GITANA Y QUÉ PAÍS PODRÍA REPRESENTARLA?
La llamada “colectividad gitana” en realidad forma parte del pueblo gitano o romaní, un grupo étnico originario del subcontinente indio, cuya migración hacia Europa comenzó entre los siglos IX y XI. Con el tiempo se dispersaron por buena parte del continente y hoy tienen presencia fuerte en países como Rumania, Hungría, España, Francia, Grecia o Serbia, entre muchos otros.
En Argentina se calcula que viven alrededor de 300.000 personas gitanas, lo que convierte al país en uno de los que concentra más población romaní en América Latina. La mayoría de las familias llegó entre fines del siglo XIX y principios del XX desde distintos puntos de Europa: Hungría, Alemania, Rusia, Serbia, Rumania, España, Portugal y Grecia, entre otros orígenes.
Eso plantea un dato interesante para Colectividades: el pueblo gitano es una comunidad sin Estado propio, pero con presencia transnacional. En un esquema de fiesta que ya incluye stands de países y también de pueblos o regiones (como colectividades africanas o palestinas), no sería extraño imaginar un espacio específico identificado como “Pueblo Gitano / Romaní”, con su gastronomía, su música y su cultura, más allá de una bandera nacional concreta.
CÓMO “ROMPER” LA MALDICIÓN
Si se toma el mito al pie de la letra, la “maldición gitana” habría nacido de un gesto de exclusión. Y, como en cualquier cuento popular, la forma de desarmar el hechizo no pasa tanto por mirar el cielo, sino por revisar qué tan inclusiva es la fiesta puertas adentro.
Una posible “contra‑maldición” sería, justamente, abrir el juego: generar un espacio real de participación para la comunidad gitana/romaní en Rosario, con un stand cultural propio, presencia en el escenario central y lugar en la narrativa oficial del evento. Un gesto público de reconocimiento y reparación simbólica por aquella negativa del pasado sería mucho más potente que cualquier paraguas.
En clave de folclore urbano, también podrían sumarse rituales festivos y no discriminatorios: una inauguración con danzas romaníes, talleres abiertos para derribar prejuicios, o incluso una acción conjunta entre la organización, la comunidad gitana y el público, para “levantar la maldición” con humor y respeto. Porque si algo mostró la experiencia del año pasado –once noches seguidas sin una gota de lluvia– es que ninguna maldición es eterna.
Mientras tanto, Rosario vuelve a mirar el pronóstico y a ajustar la agenda: la apertura se corre 24 horas, para este sábado 7 de noviembre, los stands esperan, las ollas están listas y el mito suma un capítulo más. Tal vez, entre un plato típico y un chaparrón, sea un buen momento para preguntarse qué tipo de fiesta de las colectividades quiere la ciudad: una que se defienda de los hechizos, o una que los desarme con inclusión y diversidad reales.
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